El momento del despertar puede venir señalado por un golpe de risa. Pero no es la risa de quien ha ganado la lotería y tampoco es la risa de quien ha alcanzado una victoria, sino la de quien, tras una larga y penosa búsqueda de una cosa, la encuentra una mañana en el bolsillo de su traje.
Un día, Buda estaba de pie ante una gran multitud en el monte de los Buitres. Todos esperaban la lección cotidiana, pero él guardaba silencio… Después de algún tiempo, levantó su mano derecha en la que tenía una flor, mirando fijamente a la congregación y sin decir palabra. Todos lo miraban sin comprender nada. Sólo un monje fijó en Buda sus resplandecientes ojos y sonrió. Buda dijo entonces: “Tengo el tesoro de la visión de la perfecta ley, tengo el maravilloso espíritu del nirvana, tengo la realidad sin mancha y los he transmitido a Mahakasyapa”. El monje que sonreía era en efecto Mahakasyapa, un gran discípulo de Buda.
Mahakasyapa había alcanzado el momento del despertar cuando Buda levantó su flor. Al mismo tiempo, recibió el sello de la mente de Buda, si hemos de emplear la terminología zen. Buda transmitió su sabiduría de mente a mente: había tomado el sello de su mente y lo había impreso en la de Mahakasyapa. Esta sonrisa de Mahakasyapa no fue una carcajada, sino que es de la misma naturaleza que las risas de los maestros zen. Mahakasyapa llegó al despertar gracias a una flor; hay maestros zen que han conseguido su despertar gracias a un grito estentóreo o a un terrible puntapié.
Tich Nhat Hanh
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